Este domingo, al celebrar el Bautismo del Señor, recordamos que el bautismo no es solo un momento histórico en nuestras vidas, sino la base misma de nuestro camino cristiano. El bautismo de Jesús en el Jordán—un acto de humildad y solidaridad con nosotros—reveló el bautismo como el sacramento que simplifica y fundamenta nuestras vidas en la gracia de Dios. En su bautismo, Jesús escuchó al Padre proclamar: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mateo 3:17). A través de nuestro bautismo, nosotros también somos reclamados como hijos amados de Dios. Este sacramento es la gracia primaria de nuestra vida cristiana, que nos llama a vivir con claridad y propósito como discípulos de Cristo. Nos invita a dejar de lado las distracciones y las cargas de la vida, confiando en el poder transformador del amor de Dios. Reclamar la gracia del bautismo significa volver a visitar sus promesas: renunciar al pecado, rechazar a Satanás y vivir en la luz de la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Estas promesas no son una carga, sino una liberación, ayudándonos a navegar la vida con simplicidad y enfoque. El bautismo también nos une con la Iglesia, una comunidad que nos apoya en vivir nuestra fe. Esta semana, mientras peregrinamos como portadores de esperanza en este Año Jubilar, renovemos nuestro compromiso con la gracia del bautismo como el centro de nuestras vidas. Vivamos su llamado con gratitud, permitiendo que moldee nuestras acciones y profundice nuestra confianza en Dios. Para aquellos que consideren una peregrinación al Vaticano, las Puertas Santas se encuentran en la Basílica de San Pedro, San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. Y, por primera vez en la tradición jubilar, el Papa Francisco abrió un quinto portal sagrado en una prisión romana, como un gesto de esperanza para los detenidos. Que este Año Jubilar nos inspire a redescubrir la paz y la alegría que provienen de abrazar nuestra identidad como hijos amados de Dios.