Las reliquias, guardadas debajo del altar de nuestra iglesia, se encuentran entre nuestras posesiones más valiosas, solo superadas por el Santísimo Sacramento. Estos objetos sagrados, generalmente huesos o efectos personales de los santos, se guardan bajo el altar en un relicario, simbolizando la profunda conexión entre la iglesia viva y aquellos que ya han entrado en la vida eterna. La veneración de las reliquias por los primeros cristianos refleja su creencia en la resurrección del cuerpo, una creencia que continúa hoy mientras honramos estos restos, no solo como recordatorios de vidas santas, sino como símbolos de la realidad celestial que todos esperamos compartir.
Preservar reliquias, ya sean religiosas o personales, responde a un instinto humano básico de aferrarse a la presencia de un ser querido más allá de la muerte. Así como las personas aprecian los efectos personales de familiares, los cristianos han venerado durante mucho tiempo las reliquias de los santos. Estas reliquias nos recuerdan que los santos, aunque físicamente ausentes, siguen vivos en Cristo y en comunión con nosotros. Al mantener estos objetos sagrados cerca, la Iglesia afirma nuestra creencia en la resurrección y la profunda dignidad del cuerpo humano, tanto en esta vida como en la próxima.