La Sagrada Escritura es más que una colección de textos antiguos: es la Palabra viva de Dios, un don destinado a inspirarnos, consolarnos y invitarnos al cambio. En los Evangelios, Jesús mismo nos muestra el poder de la Escritura en la oración. Ya sea recordándonos lo que dice la escritura o respondiendo a la tentación en el desierto, la vida de Jesús está impregnada de la Palabra de Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica anima a todos los fieles a hacer de la Biblia una parte regular de su vida de oración: “Porque ‘le hablamos cuando oramos; le escuchamos cuando leemos los oráculos divinos’” (CIC 2653). Al leer y meditar en la Palabra de Dios, entramos en diálogo con Él, descubriendo Su sabiduría y amor de maneras nuevas y personales.
Consideremos esta historia: Un santo que experimentó una profunda conversión al leer la Biblia fue San Agustín de Hipona. Su historia es una de las más conocidas en la tradición cristiana.
San Agustín, quien en su juventud llevaba una vida alejada de la fe cristiana, encontró el camino hacia Dios después de un momento crucial de reflexión y lectura de las Escrituras. En su obra Confesiones, relata cómo un día, mientras estaba en un jardín en profunda lucha interior, escuchó la voz de un niño que cantaba: "Toma y lee, toma y lee" (Tolle lege en latín).
Agustín interpretó esto como un llamado divino. Tomó la Biblia que tenía cerca y leyó un pasaje de la carta de San Pablo a los Romanos.
Estas palabras penetraron su corazón y lo llevaron a abandonar su antigua vida de pecado, marcando el comienzo de su conversión y compromiso con Cristo. San Agustín se convirtió en uno de los más grandes teólogos y doctores de la Iglesia, dejando un legado duradero de enseñanza y fe.
Su experiencia nos recuerda el poder transformador de la Palabra de Dios y cómo, al abrir nuestros corazones a las Escrituras, podemos encontrar una guía para nuestras vidas.
¿Y tú? ¿Con qué frecuencia abres tu corazón a la Palabra de Dios? San Jerónimo dijo célebremente: “La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo.” Si queremos conocer más profundamente a Cristo, debemos encontrarlo en las Escrituras.
Comprometámonos a hacer de la Palabra de Dios la base de nuestra oración y nuestra vida. Al hacerlo, no solo creceremos en nuestra relación con Cristo, sino que también descubriremos Su presencia en los momentos cotidianos de nuestras vidas.